Hace tiempo que me propuse que quería tener este desván recogido y arreglado, quería ponerle abalorios y adornos, pintar las paredes, abrir la ventana y que entrase la luz, pero como todo en mi vida parece que se alarga porque siempre hay otras cosas que debo hacer antes. Sin embargo, aunque no haya adecentado mi desván, y me de vergüenza enseñároslo con tantas cajas por el medio y tantos bultos, en principio he decidido que así sea. Me disculparé mil veces por tener los lienzos por ahí tirados, las cajas revueltas y no haya sitio para que os sentéis, tendréis que apartar varios objetos para encontrar sitio, pero es mi rincón, mi lugar, y os invito a entrar con la mayor hospitalidad, intentaré que estéis cómodos en el viejo sofá y la velada sea agradable.
Por el momento no os puedo enseñar en lo que estoy enfrascada (enclaustrada) ahora, pero en breve os abriré la carpeta para que le echéis un vistazo. Pero mientras que sí y mientras que no, rebuscando por algunas cajas he encontrado algo que ya no me acordaba que lo tenía.
Hace años ya de aquello, pero hubo una vez que un grupo de mujeres normales de hoy en día, con sus trabajo, sus casas y sus niños, imagino que les despertó el Peter Pan que uno tiene dentro, quisieron hacer un libro de ilustraciones ya sea por sus niños o por ellas mismas. La cuestión es que se pusieron en contacto conmigo para que les ilustrase el cuento. Ya no conservo el texto pero sí guardo las imágenes, no sé que habrá pasado con el cuento o con su pequeño proyecto de editarlo, no volví a saber nada de aquello. De todos modos espero que todo les fuese bien y que algún día se vuelvan a animar y tiren para adelante con el cuento.
La protagonista era una ratona, no os puedo decir su nombre porque aunque en un principio lo tuvo se lo arrebató una cedita extranjera. Y su compañero de aventuras era su dueño, un simpático niño de siete u ocho años, con una familia especial en la cual el rol de los padres estaba intercambiado.
Entre unas cosas y otras, la familia al completo decide ir a Sevilla a visitar la ciudad pero no se pueden llevar a la ratona como es lógico. Pero eso no es obstáculo para ella, porque como es tan pequeña se enconde entre los bártulos del viaje.
Una vez en la ciudad, se aleja de su dueño mientras éste y toda su familia vive en la ignoracia de que la ratona ha viajado con ellos, y se pierde. Deambula por la ciudad sin rumbo, sin saber donde está su dueño y encontrando a algunos personajes por el camino que intentan echarle un cable.
Después de una traumática experiencia en el rio Guadalquivir conoce a un amigo que la invita a conocer los mejores sitios de la ciudad para tomar unas tapitas, y en eso que se da de bruces con su dueño y su familia. Y así la historia tiene un final feliz, todos contentos.
Espero que la ratona harta de estar encerrada en un baúl no haya acabado comiendose los papeles donde estaba dibujada.
Buff! ¡Qué de años de aquello! ¡Qué recuerdos! Cuando vuelva a desembalar algunas cajas que hay en la mesa quitándome espacio, e intente adecentar un poco más el desván, ya se verá que me encuentro entre tantas y tantas cosas que tengo guardadas.
Pero eso a su tiempo, poquito a poco, pasito a pasito.
Gracias por la visita, cuando estéis otra vez por el barrio volver a visitarme, ésta es vuestra casa.
2 comentarios:
¡Vaya, vaya! Está claro que uno nunca deja de conocer a las personas que le rodean. Mis más sinceras felicitaciones por este trabajo, es una auténtica pena que no conserves ningún ejemplar del libro, en fin...
Nunca llegó a ser libro, que yo sepa, mientras mantuve contacto con ellas, no editaron el cuento.. Mala suerte.. pero las ilustraciones origianles sí lse las quedaron ellas.
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